ENEMIGO DEL ESTADO
Si la mayoría de la gente, está de acuerdo en que los monopolios son malos porque derivan en un peor servicio con un mayor costo para el consumidor; en que la violencia es mala y que lo que debería guiar nuestros actos es el consentimiento entre partes; y en que todas las personas deberían ser juzgadas en forma igualitaria frente a la Ley. ¿Por qué aceptamos sin cuestionamientos la existencia de una organización que ejerce el monopolio de la fuerza y de la toma de decisiones, incluyendo las que lo tienen como parte?
En mi opinión, la respuesta está en dos argumentos: el adoctrinamiento y el concepto de red de seguridad.
El primero es el más sencillo de explicar: los invito a que reflexionen sobre cómo fue su experiencia durante sus años formativos. En mi caso: contabilizando desde jardín de infantes hasta recibirme en la universidad, cursando en partes iguales tanto en instituciones estatales como privadas, jamás escuché una palabra sobre liberalismo ni una cita sobre ninguno autor critico sobre el rol del Estado. La única excepción fue Adam Smith y la “mano invisible”, siempre en un tono despectivo, centrándose en el error de este autor, referente a la teoría del valor trabajo, de la que luego se sirviera Karl Marx para construir su ideología. Es decir, la única excepción termina siendo funcional al mismo sistema de adoctrinamiento.
Por décadas se descubría el liberalismo de dos maneras: por tradición/comunicación: es decir un conocido que transmite las ideas, generalmente un familiar; o por interés propio: una chispa que se despertaba en uno mismo que lo llevaba a investigar sobre el asunto. Por ello, es que es tan interesante el proceso que vemos hoy día, donde cada vez más abundan en las redes sociales y medios de comunicación divulgadores de las ideas liberales (cada uno con sus virtudes y sus defectos), lo que lleva a que un número inusitado de personas sean receptores del mensaje y potencialmente, se vean atraídos a nuestras ideas.
El segundo asunto a analizar, es el que denomino “red de seguridad”.
La gente suele asociar una multitud de falacias en este punto: que el Estado equivale a la Nación, que el Estado somos todos o que el Estado es una organización que vela por nuestro interés particular y que debido a ello, el Estado estará allí para brindar una “red de seguridad”, la cual nos protegerá en el eventual momento en que nos toque caer y nos salvaguardará de lo que Hobbes denomina el “estado de naturaleza”.
Vamos a desmontar fácilmente cada argumento. El Estado no es lo mismo que la Nación. El concepto de Nación refiere a la agrupación de personas y a su cultura. Mañana podría desaparecer el Estado y seguiríamos siendo argentinos, gustándonos el dulce de leche, el futbol y la milanesa napolitana. Parece un tema evidente, pero esconde un interés del Estado por suprimir el concepto de tradición, constituyéndose así el propio Estado, en fuente originaria de la cultura e historia de la sociedad.
El Estado es una organización de individuos que no alcanza en su composición ni al 10% de la población, por lo que claramente no somos todos parte de él (Respecto a la “representación” y el sistema democrático, lo trataré en un trabajo separado).
Aún más pernicioso es la utilización del “somos todos” para diluir y ocultar responsabilidades individuales de los funcionarios de turno y asimismo, justificar cualquier tipo de violencia sobre el individuo; porque claro, desde la inmoralidad estatista, el Estado somos todos y castigar al egoísta es lo correcto y está plenamente justificado.
Vale destacar que este razonamiento es el que siguieron los genocidas más grandes de la historia de la humanidad, aniquilando a millones de individuos en nombre del buenismo del bien común del colectivo.
Si consideramos que todo individuo actúa persiguiendo su mayor interés y el Estado está integrado por individuos actuando: ¿Por qué creemos que estos funcionarios privilegiarán el interés de un tercero, antes que el propio? Todas estas cuestiones, tan claras y evidentes están detrás de un velo de adoctrinamiento que lleva más de un siglo operando, ensombreciendo hasta a las mentes más claras de la sociedad.
¿Y qué intereses cuida más el Estado? Parafraseando a Rothbard en su “Anatomía del Estado”, los invito a que vean en el código penal cuales son los delitos que el Estado castiga con mayor dureza ¿Serán los delitos contra las personas y la propiedad o los delitos contra el propio Estado?
El pensamiento es que el Estado a través de su “red de seguridad” estará para brindar una vida “digna” al ciudadano. El Estado garantizará: jubilación digna, salario digno, vivienda digna, un plan que proteja ante el eventual desempleo, educación y salud dignas, seguridad y tribunales donde recurrir, como otros cientos de cosas más, generalmente englobadas en el concepto de “derechos sociales”.
Es evidente que el concepto de “digno” varía entre lo que considera cada individuo, y el última instancia termina siendo puesto a dedo por el burócrata de turno. Lo que es menos visible para la mayoría, es que el Estado no genera recursos por sí mismo, sino que todo lo obtiene parasitando a sus ciudadanos mediante la utilización de la amenaza de violencia sobre ellos. Cada unidad monetaria que utilice el Estado, es una unidad monetaria tomada de un individuo por medio de la coacción y por ende, dentro de un marco de escasez de recursos, el Estado violenta la distribución de los mismos que hacemos en la libertad del mercado, tomando violentamente una porción de ellos, para luego redistribuirla de acuerdo a los intereses del propio Estado, que como ya vimos, son los intereses individuales de quienes los dirigen. Lo que a la larga desincentiva la inversión, el ahorro de capital, condenando así al empobrecimiento paulatino de la sociedad.
Paradójicamente los que piden cada vez más “Estado presente” para mejorar sus vidas, se condenan a cada vez mayor empeoramiento de sus condiciones económicas y sociales; a un aumento de la pobreza, de la inseguridad y paralelamente, a una disminución de las oportunidades de verdaderamente alcanzar el proyecto de vida para perseguir la felicidad que cada uno considere.
Por supuesto que existen cientos de Estados diferentes, donde la presión y el esfuerzo fiscal son diferentes y la propia “red de seguridad” que ofrecen es más o menos eficiente; pero el principio de la falla en la asignación de recursos y la inmoralidad de la violencia es siempre el mismo, acá y en todas partes del mundo.
Hobbes justificaba al Estado para evitar la lucha de todos contra todos, cuando al final es el propio Estado quien lleva al conflicto entre los que generan recursos contra quienes quieren parasitarlos y obtener privilegios sobre ellos. Todo para protegerse de sus fracasos y no tomar responsabilidad sobre sus actos. Presionan para alimentarse de los otros y así alimentan al gigantesco Leviatán, convirtiendo a la sociedad en algo invivible y en última instancia al individuo en esclavo.
Como mencioné al principio, la gente rechaza los monopolios, pero accede a ser dirigida por el mayor de ellos. Rechazan la violencia, pero accede a regirse por la más brutal y continuada de todas. Rechazan la desigualdad frente a la Ley, pero se someten a un órgano que está por encima de ella. Creen que los individuos buscan su mayor beneficio, pero consideran que los funcionarios públicos se preocupan por el bien común.
Por el contrario, creen que la desaparición del Estado, dejaría al individuo sin salud, educación, seguridad, tribunales, jubilación, salarios dignos y hasta calles o rutas. Cuando todos y cada uno de esos ítems los puede (y ya lo hace de hecho), prestar el individuo en libertad y compitiendo en el mercado, lo que al contrario del caso monopólico estatal, aseguraría mejores servicios a menores costos para todo el conjunto de la sociedad.
Por último, en esta verdadera estrategia de miedo, respecto a la desaparición del Estado, resta la cuestión de la pobreza y el miedo a la “multinacional que domine el mundo”. La respuesta es sencilla, existe la filantropía, la verdadera solidaridad voluntaria practicada por individuos y por cientos de ONGs alrededor del mundo. Asimismo, se está olvidando un principio económico, las empresas tienen mayor rentabilidad mientras logran colocar en el mayor número posible de gente sus productos. Mientras algunas competirán por el consumidor con mayor poder adquisitivo, algunas buscarán beneficios en los sectores de menores ingresos, igual que ahora y siempre. Más aún, cualquier tipo de “red de seguridad” podría ser prestada por mecanismos de seguros, como existen desde hace siglos.
El miedo a un mundo absorbido por una gigantesca empresa, se resuelve de varias maneras: En la actualidad muchos de estos gigantes, lo son gigantes gracias a las barreras a la competencia que les facilitan los propios estados a través de las barreras regulatorias y proteccionistas. Muchas veces trabajando los Estados en complicidad con estos gigantes, en particular por el manejo de la información que poseen sobre sus clientes. En un ambiente libre, siempre surgirían nuevos competidores, buscando el liderazgo en las apetencias de los consumidores.
Concluyendo, la humanidad salió de su estado de pobreza cuando desató las fuerzas de la cooperación voluntaria del libre mercado, tras la revolución industrial. A partir de allí y en particular tras la primera guerra mundial, se inició un proceso de engrandecimiento del Leviatán, hasta los valores actuales, donde no hay prácticamente aspecto de la vida donde no se requiera un permiso o se evite la intervención pública. Lo que marca que el Estado no se puede limitar.
Por lo que, a un Estado gigante, lo sigue un individuo empequeñecido. Si la humanidad quiere volver al camino del progreso, tanto moral como material, debe terminar con esta nefasta institución.
El Estado es hoy y siempre el enemigo.
El presente escrito es parte de una serie:
1.- ¿Por qué libertario?
2.- Enemigo del Estado.
3.- Con la democracia (NO) se come ni se educa.
Nicolas Martinez Lage – sept/2020
@terapia_liberal
@NicolasMlage1
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