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Foto del escritorNicolas Martinez Lage

En cuarentena, el miedo y la complacencia despejaron el camino para los liberticidas

Actualizado: 29 jul 2020

Cosas que cedimos en la cuarentena


El precio de la libertad, es su eterna vigilancia Thomas Jefferson

Las democracias liberales se sostienen bajo tres principios: libertad, igualdad ante la ley y respeto por la propiedad privada.

El instrumento que actúa como piedra fundamental para asegurar el respeto de estos principios, son las Constituciones Nacionales, que hacen las veces de base de todo el entramado legislativo y fundamentalmente, como barrera de contención al poder del Leviatán.

El paso de los años, y en particular, el auge de los llamados “estados de bienestar” fue desvirtuando el rol de las cartas magnas, introduciendo en su articulado los llamados “derechos sociales”, que no son más que violaciones a los tres principios rectores, antes mencionados.


Los enemigos de la Libertad, los eternos defensores del “Ancient regime” de castas y privilegios, rápidamente encontraron la manera de erosionar estos valores en la sociedad y el método que eligieron fue apostar al miedo, a la incertidumbre que genera la responsabilidad sobre los actos propios, prometiendo una “ilusoria” red de seguridad a cambio de “restricciones menores” a la libertad individual. 

Para ello fueron introduciendo “reformas” en las respectivas cartas magnas, convirtiéndolas así, de limitadoras del poder y protectoras de los derechos negativos del individuo, en una carta en blanco para los planes del administrador central de turno.

El cielo se había convertido en el nuevo límite al poder. Lo que derivó, parafraseando a Benjamin Franklin, en una pérdida tanto de las libertades, como en la obtención de una fallida y engañosa seguridad.


1er caso – cuarentena

En marzo de 2020, en la Argentina, el Presidente de la Nación, cabeza del poder ejecutivo, declaró el “aislamiento social obligatorio” por decreto, fijando un plazo prorrogable a discrecionalidad del propio PEN. Al momento de escribir estas líneas, la medida ya alcanza los cien (100) días de duración.

Pero retrocediendo en el tiempo, en diciembre de 2019, el Congreso de la Nación aprobó el proyecto (enviado por el poder ejecutivo) que declaraba la emergencia pública en materia económica, financiera, fiscal, administrativa, previsional, tarifaria, energética, sanitaria y social; también aplicando el mismo procedimiento de que la medida pueda ser prorrogable indeterminadamente por el propio órgano ejecutor, el Poder Ejecutivo.

Por algún motivo, tanto los miembros de ambas cámaras del Congreso, como los del Poder Judicial, consideran prudente delegarle al Presidente de la Nación, poderes extraordinarios y la facultad de prorrogàrselos eternamente, como algo normal, prudente e indiscutible.

Pero volviendo al tema cuarentena, la medida de aislamiento, además de ser indeterminada temporalmente, suspende los siguientes derechos consagrados por la constitución: a trabajar, a transitar, a reunirse y a usar y disponer la propiedad privada. Lo que constituye un acto gravísimo, ya que el Poder Ejecutivo, sólo está facultado para suspender derechos constitucionales en el caso excepcional de una conmoción interna que ponga en peligro la aplicación de la misma constitución o el ejercicio de las autoridades nombradas por ella. Algo que claramente no se da en la actual situación de la pandemia.

Ante el pánico a la pandemia, a la muerte, la sociedad ha tomado el relato de que el “Estado te cuida” y a cambio se ha hecho la distraída ante estas irregularidades jurídicas, ante la violación del articulado de nuestra Constitución Nacional, ante la ruptura del balance que otorga la división de poderes, todo a fines de obtener seguridad. Una seguridad ,que lejos está de verificarse en la realidad.


2do caso- Vicentin y los defensores del régimen

A esta altura, todos conocemos el caso “Vicentin”. La relación, tan cuestionada por el espacio liberal entre empresaurios y el poder político, ejemplificada por los aportes a las campañas que resultaron ganadoras en 2011 y 2015, como los préstamos otorgados por el Banco de la Nación Argentina.

Sin embargo, quiero detenerme en otro aspecto, al que considero aún más dañino. El presidente Alberto Fernández brindó una entrevista el pasado 18 de junio, donde ante una pregunta de la periodista Cristina Pérez, respecto a la expropiación de la empresa, responde -con una evidente fastidio- recomendándole leer la Constitución Nacional”, a la periodista.

A continuación pude verificar cientos de comentarios agraviando a la periodista en su cuenta de Twitter, aplicando la falacia de la autoridad (“es el presidente”, “es profesor de derecho”), ninguneando a la periodista (“informate antes de preguntar”, “lee antes”) o hasta dictaminando que las supuestas afiliaciones políticas de la periodista la invalidaban para preguntar (críticamente, por supuesto)

Lo llamativo, es que todas estas personas no se preocuparon por verificar la veracidad de los dichos del Presidente por ellos mismos, algo tan simple como una búsqueda en google, sino que optaron por construir su realidad de acuerdo a sus intereses y favoritismos políticos, aceptando los dichos del líder -en un siniestro culto a la personalidad, tan propio de la época más oscura del siglo XX- como verdad revelada, como dogma religioso, que los acerca peligrosamente al fanatismo irracional.  Lo que los lleva en la práctica a ceder sus propios derechos individuales – porque en definitiva el presidente estaba equivocado y la periodista tenía razón- ya que aceptan que el cumplimiento de la Constitución se convierta en algo relativo, optativo, atado a los intereses sectoriales, emocionales o partidarios del poder de turno.

A modo de conclusión, las medidas de confinamiento causaron un daño significativo a la economía argentina. Traerán un saldo de pobres, indigentes y fallecidos, que hoy es difícil cuantificar, pero se presumen catastróficos.

Pero más solapado, se ha generado un daño que no puede ser cuantificado y que a la larga puede aun ser más brutal que el económico. Se ha roto, el pilar sobre el que descansa toda la organización jurídica del país. El camino quedó despejado para los liberticidas. Y lo único que necesitaron fue el miedo y la complacencia de un amplio sector de la población.



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